Elecciones: encuestas, opiniones y votos

Las campañas electorales se caracterizan por la persistente presencia de candidatos y candidatas repitiendo durante días y días, una y otra vez, las mismas consignas y discursos.

El enorme coste de viajes, mítines, carteles y envío de papeletas a nuestros buzones debería moderarse. Pero ahora, a todo esto, se ha añadido el factor de las redes sociales.

Desde que las redes han entrado en juego las campañas empiezan a dar cierto miedo. Como ha expresado la escritora Ángeles Caso, las redes se han convertido en un territorio grotesco y peligroso. Un barrizal de mentiras e insultos que atentan contra la inteligencia, contra la capacidad de razonar, debatir y respetar, que es en lo que debería basarse la convivencia social. Mal utilizadas son un arma peligrosa puesta en manos de gente sin ética.

Esta campaña electoral está siendo especialmente singular por la proliferación de encuestas, encargadas cada semana por los medios de comunicación más relevantes del país. Curiosamente, casi todas nos anticipan unos resultados semejantes. Con este martilleo continuo ¿debemos creer que las encuestas sólo tienen una finalidad meramente “informativa”?

Uno coincide con el escritor y periodista Juan Manuel de Prada cuando ha manifestado que este abuso de encuestas electorales no busca informar, sino crear una opinión, moldear, manipular y encauzar la intención del voto de la ciudadanía.

Ya en 1922 el también escritor y periodista norteamericano Walter Lippmann, en su obra Opinión Pública, comparaba las masas de las sociedades democráticas como un “rebaño desconcertado” que necesita ser “guiado” por unas “élites” de expertos que les extirpen ideales utópicos y les enseñen hábilmente a aceptar su función en democracia: convertirse en “espectadores interesados de la acción”.

Y para ello, continuaba Lippmann, es necesario “formar la opinión pública”, mediante la “fabricación del consenso” que haga más digeribles los designios de las élites. De este modo, éstas (las élites) decidirán más fácilmente sobre cuestiones que la masa no comprende.

Pero para conseguir formar esta “opinión pública”, hay que lograr penetrar en lo que el médico y fundador de la escuela de psicología analítica, Carl Jung, llamaba el “inconsciente colectivo”. Si se logra manipular este “inconsciente colectivo”, se consolidará en él las ideas que convienen a las élites. Se trata, en definitiva, de implantarnos pensamientos que induzcan nuestra conducta, nuestra actitud o nuestra opinión.

En definitiva, para moldear la “opinión pública”, sólo basta con infiltrarse en la percepción que sobre la realidad tienen las masas, de tal modo, que su “marco interpretativo” sea el que interese a las élites.

Y en esta labor de modelar la opinión desempeñan un papel fundamental los medios de comunicación, presentando como cambios necesarios lo que sólo son intereses de las élites.

De esta manera, cuando tales cambios se producen las masas los perciben como “naturales” y no ejercen oposición contra ellos (o sólo la ejercen minorías rebeldes que inmediatamente son percibidas como indeseables por las masas ya manipuladas).

De este modo se logran imponer las ideas interesadas y las formas culturales dominantes. De este mismo modo se encauza también el voto hacia las fuerzas políticas que interesan a las élites.

En este proceso de colonización de nuestro mundo psíquico, el martilleo demoscópico ocupa un lugar muy importante, ya que el hombre-masa utiliza la información que recibe machaconamente para formar su juicio y adoptar decisiones. Así, pues, las encuestas actúan en nuestro cerebro a modo de implantes que condicionan nuestro voto.

Ante las próximas Elecciones Generales del 28 de abril, después de debatirse ampliamente sobre el debate, finalmente y por si fuera poco, nos dan dos tazas (dos debates). Seguramente habrá varios triunfadores, ya que el nivel de crispación, radicalismo y sectarismo actual en la política española impedirá reconocer a un solo ganador.

Sin embargo, uno está convencido de quien será el seguro perdedor: las fuerzas nacionalistas territoriales. Pero, sobre todo y principalmente, las de Canarias, dada la débil y volátil cultura política y conciencia social de mucha de nuestra gente, siempre dispuesta al mimetismo político nacional y a practicar la cesión y el olvido de “lo nuestro”, de nuestra tierra, aunque estemos situados a 2.000 kilómetros de Madrid y los partidos nacionales pretendan homogeneizarnos con el resto del territorio del Estado.

Por todo lo anterior, cualquier persona de nuestra tierra medianamente consciente en términos políticos, debe hacer caso omiso a la publicidad, a los debates, al radicalismo y al bombardeo de encuestas con el que tratan de manipularnos.

Por tanto, a la hora de acudir a las urnas, conviene que nuestro voto sea verdaderamente libre, personal, consciente y coherente con nuestras ideas y con nuestro estatus socioeconómico.

Fernando T. Romero Romero

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